No recuerdo ninguna noche electoral en que tantos partidos hayan reconocido unos malos resultados.
La noción “panorama complicado” ha asomado a los primeros análisis de todos los partidos, y ninguno de ellos lo tiene fácil, ni los ganadores –PNV–, ni los perdedores –PSE–, ni la exultante revelación –Bildu–, porque es difícil superar las inercias del pasado, y las consecuencias políticas de estas elecciones trascienden, más que nunca, los marcos municipal y foral.
En el conjunto de la CAV, ha sido el PNV el que ha resistido el seísmo protagonizado por Bildu. Al igual que en las pasadas elecciones autonómicas, el PNV ha obtenido el mayor número de votos. Su holgada mayoría en las Juntas Generales de Bizkaia, la mayoría absoluta de Azkuna en Bilbao, el afianzamiento en Getxo –trofeo codiciado por el PP– y en municipios importantes de Bizkaia, así como la segunda posición en Araba y Vitoria, donde anteriormente ocupaba el tercer lugar, sitúan al PNV en la posición de liderazgo, a pesar del severo e indudable revés que ha sufrido en Gipuzkoa, donde ha perdido la primacía en importantes municipios y en las Juntas Generales a favor de Bildu.
Entre los perdedores se cuentan EB y Aralar, que, de momento, han sido prácticamente desalojados de las instituciones. La de Aralar es una injusta paradoja: se ha dejado la piel para construir una izquierda abertzale inequívocamente democrática, y se derrumba precisamente cuando ese sector opta por la política y por dejar atrás la violencia. Entre los perdedores se halla también el PSE, que se ha desmoronado en los tres territorios, sin que el mantenimiento de algunas alcaldías importantes en Gipuzkoa mitige el varapalo que supone la pérdida de la primera posición en las Juntas Generales y en Donostia a favor de Bildu. Tal caída corrobora, además, la conclusión de los sondeos de estos dos últimos años: la mayoría de la sociedad da la espalda al pacto PSE-PP. El lehendakari proclamó que su objetivo era llevar el cambio a diputaciones y ayuntamientos, pero el pacto PSE-PP ha suspendido la reválida social que ellos mismos habían anunciado. El otro miembro de esa pareja, el PP, ha ganado en Araba y Vitoria, piezas que le sirven para salvar los muebles. Pero paradójicamente son los resultados del PP los que demuestran que Euskadi es diferente: aquí los populares han quedado muy lejos de la tendencia al alza de los suyos en España.
La última semana se mascaba la posible victoria de Bildu en Gipuzkoa, pero nadie vaticinaba su magnitud. Me atrevo a proponer cuatro factores que explicarían que la marca de la izquierda abertzale tradicional haya obtenido sus mejores resultados. Uno: el mundo sociológico de la izquierda abertzale tradicional es extraordinariamente activo, movilizado y cohesionado. Dos: una parte importante de la ciudadanía ha considerado que “esta es la buena”, y que lo mejor para acabar definitivamente con la lacra de la violencia es apoyar la apuesta por la política. Tres: las estrategias que desde instancias gubernamentales, judiciales y de algunos partidos se han seguido durante estos años, y particularmente en los últimos meses, para tratar de dejar a ese mundo fuera del ámbito institucional han activado mucho voto de solidaridad y han provocado un voto de castigo. Esto es especialmente evidente en algunos municipios de Gipuzkoa, como, por ejemplo, Tolosa. Y cuatro: la cobertura proporcionada por EA.
El nuevo tiempo reiteradamente anunciado por Urkullu está aquí. Somos una sociedad plural, también desde el punto de vista territorial. La recomposición del mapa político sobre cuatro referencias, con un destacado engrosamiento de la pata nacionalista, nos sitúa en una realidad enormemente compleja que los partidos deben gestionar, a mi juicio, desde una actitud abierta, sin frentismos ni rechazos apriorísticos. Creo que PSE y PP se afanarán, al menos en los próximos meses, en blindar su pacto, mientras que Bildu habrá de enfrentarse a la crudeza de la construcción nacional del día a día, porque ganar las elecciones no es suficiente para gobernar. Para ello deberá aprender a acordar y transaccionar con otros, a confrontar programas, a ceder, a pasar del no al sí… y, en definitiva, superar el déficit de confianza que se ha labrado largamente.
La recomposición política afecta a las dos referencias principales del mundo abertzale, especialmente en Gipuzkoa. Cuando Garitano decía que ante una entente PSE-PP no se sentirían obligados a votar a Olano estaba dejando claro que su objetivo –legítimo, por supuesto– es disputar al PNV la hegemonía en el seno del nacionalismo. Esto, en mi opinión, emplaza al PNV en el territorio guipuzcoano a movilizar y fortalecer el partido reforzando un perfil propio de opción constructiva y líder de la centralidad en una sociedad plural.
Ahora comienza la segunda vuelta. Es el turno de los partidos. Hay objetivos que, por su carácter prioritario, no deben ser aparcados o minimizados, como el de afrontar con eficacia la crisis económica y la creación de empleo, o el de la paz, manteniendo ante ETA la exigencia permanente de su desaparición. Paralelamente, el debate y el acuerdo sobre las cuestiones nucleares de la gestión de las instituciones –gestión de residuos, peajes, alta velocidad, fiscalidad…– debe constituir el eje de la dinámica para la consecución de acuerdos de estabilidad. Se trata de debates y acuerdos a los que todos deberían estar convocados, y en los que cada cual tendrá que demostrar su capacidad de acuerdo, y no “en contra de”, sino “a favor de”. La extraordinaria complejidad del momento requiere estabilidad, condición necesaria para el fortalecimiento del entramado institucional. Creo, asimismo, que los acuerdos que en su caso se alcancen tampoco serán ajenos a la perspectiva de la política vasca en los dos próximos años en relación a Ajuria Enea, ni tampoco a la perspectiva en relación a Madrid.
En efecto, queda mucho por decir y decidir. Es de desear que este panorama abierto pero nuboso se vaya aclarando en los próximos días, y nos conduzca, finalmente, a la saludable monotonía de la normalidad democrática.