Es mujer, txuri-urdin, tiene entre 25 y 50 años, su lengua inicial de casa es el euskera, tiene estudios universitarios, trabaja por cuenta ajena y está a favor de que se fomente el uso del euskera. Esa es la tipología media de la persona bilingüe mayor de 15 años que vive en la CAV, según la V Encuesta Sociolingüística dada a conocer por el Gobierno Vasco, referida a la población de 16 o más años. Entre los jóvenes entre 16-24 años, por el contrario, la lengua materna pasaría a ser el castellano, y la preferencia futbolística, probablemente zuri-gorri. En todo caso, la V Encuesta Sociolingüística confirma el crecimiento sostenido del euskera y el bilingüismo en la CAV en los 25 últimos años.
Sigue creciendo de manera constante la población bilingüe: hoy hay 181.000 bilingües más y 224.000 monolingües erdaldunes menos que hace 20 años. Sigue aumentando el uso, aunque no en la misma proporción que el conocimiento –lógico, según las leyes de la sociolingüística–, y de manera desigual en los diferentes ámbitos: más en los servicios públicos, menos en las relaciones en el círculo de amistades y compañeros de trabajo, y nada en la familia, salvo con los hijos y entre estos. La transmisión familiar del euskera está hoy garantizada cuando ambos progenitores son euskaldunes, pero casi un tercio de las parejas en las que uno de sus miembros es monolingüe no transmite el euskera en el hogar, carencia suplida por la escuela. Por último, hay pocos cambios en las actitudes claramente favorables (62%) o desfavorables (12%) respecto al fomento del euskera. La evolución del euskera es, por tanto, mejor de lo que algunos reconocen y más pausada que lo que muchos quisieran.
No obstante, aumenta la distancia entre conocimiento y uso, aunque entre los jóvenes ya son más quienes utilizan en mayor o menor medida el euskera que quienes no lo utilizan en absoluto. Los bilingües lo utilizan hoy algo menos que hace 20 años, y bastante menos los bilingües menores de 35 años. En todo caso, en los 10 últimos años esta tendencia se está invirtiendo en los jóvenes bilingües de 16-24 años, que lo usan cada vez más.
El menor uso por parte de los bilingües es explicable, y debe ser, en cualquier caso, uno de los principales focos de atención a la hora de fijar estrategias de futuro. Es, en cierta medida, el precio del crecimiento constante pero desigual del euskera en una sociedad en la que la lengua materna del 77,1% es el castellano y en la que el euskera convive como lengua minorizada con una de las lenguas más vigorosas del planeta. Entre los factores que inclinan la balanza hacia un mayor o menor uso de la lengua destacan tres: la competencia lingüística en euskera en relación a la que se posee en castellano, las características sociolingüísticas del entorno y la identificación con el euskera. Como consecuencia del propio crecimiento social del euskera, ha cambiado el perfil de la persona bilingüe: hoy, a diferencia de lo que sucedía hace 20 años, la mayoría de los bilingües menores de 35 años ha aprendido euskera fuera del hogar –lo que implica menor facilidad de expresión relativa–, y la mitad de los bilingües residen en municipios donde la población bilingüe es minoritaria –lo que implica menor posibilidad de uso del euskera.
Los datos nos deben hacer huir tanto de la autocomplacencia como de un agónico victimismo derivado bien de lecturas sesgadas de la evolución del uso, bien de objetivos inalcanzables. Es preciso hallar un punto de equilibrio entre los planteamientos de los maximalistas presurosos –que subestiman todo cuanto se hace en pro del euskera– y los minimalistas despaciosos –que consideran excesivo casi todo y parecen fiar el futuro del euskera a un ilusorio crecimiento natural–. Se trata de identificar los retos de futuro y convertir el extraordinario avance del euskera en estos 25 años en impulso que neutralice el peligro de retroceso, y de seguir progresando en el uso habitual en un contexto bilingüe, hacia una sociedad más igualitaria.
Un marco legal adecuado, una política lingüística que ha combinado firmeza y persuasión, el empuje de la sociedad y la adhesión de la ciudadanía –más un consenso social y político importante– son los factores que nos han traído hasta aquí en 25 años. Pero el futuro no está escrito, y no se debe flaquear si queremos que el crecimiento sostenido sea, además, desarrollo sostenible, un desarrollo que es cualquier cosa menos “natural”, por más que digan los amigos del laissez faire, y que exige, más allá de las quimeras de los impacientes, ritmos y objetivos acompasados a la voluntad y posibilidades reales de la sociedad.
Es voluntad de la sociedad vasca revitalizar el euskera, y es evidente que más euskera significa más igualdad, más libertad efectiva de opción lingüística, más convivencia y cohesión social. Se trata de que nadie deba renunciar al uso de su lengua de elección, lo cual requiere fortalecer la más débil, el euskera. Todos podemos y deberíamos contribuir a ese propósito: los monolingües –aún el 50,8%–, dando pasos efectivos hacia el bilingüismo y garantizando la transmisión del euskera a sus descendientes; los bilingües, haciendo un uso más intensivo del euskera, especialmente en los ámbitos informales –en el hogar y en las relaciones de pareja, por ejemplo–, eludiendo así el peligro de que el euskera, segunda lengua de cada vez más gente, termine siendo primera lengua de cada vez menos gente; los poderes públicos, desarrollando políticas lingüísticas que garanticen el ejercicio efectivo de los derechos lingüísticos de la ciudadanía, y haciendo pedagogía social a favor del uso del euskera, prestigiándolo, lejos de discursos paralizantes que confunden acción positiva con una supuesta imposición. Los mejores nutrientes para el éxito de esa tarea común son, sin duda, la adhesión de la ciudadanía y el consenso social y político.
Lo importante es no dejar de pedalear. Si no lo hacemos, los datos de la Encuesta de dentro de cinco años mejorarán los actuales.
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