En la declaración hecha pública este fin de semana por la izquierda abertzale en el Kursaal se observan aspectos nuevos –en boca de la izquierda abertzale– que podrían ser valiosos en el proceso de asentamiento de una paz justa y duradera si, y solo si, significaran el inicio de un ejercicio de inequívoca autocrítica unilateral, que arrastrara a ETA, y que, lamentablemente, se hace esperar. De lo contrario, sólo se generará más frustración.
La citada declaración sigue evitando cuestiones como el requerimiento a ETA para su disolución, a pesar de que nada explica su persistencia -ni siquiera la existencia de presos, cuyo futuro no se verá sino enturbiado por la resistencia de ETA a su desaparición definitiva-, siendo la decisión del cese definitivo de su actividad “sin marcha atrás posible” según palabras de los propios dirigentes de la izquierda abertzale. Si la izquierda abertzale y ETA han decidido que la violencia es cosa del pasado, nadie tiene mayor obligación y necesidad de reclamar a ETA su disolución sin condiciones que quien le ha dado cobertura política –incluidos los presos.
En la declaración, la izquierda abertzale sostiene que la “garantía de no repetición” de un escenario de violencia consiste en “el diálogo y el acuerdo democrático que sirva para superar el conflicto político”. Y hace de la citada garantía uno de los ejes básicos de su actual compromiso político. Discrepo radicalmente de la vinculación necesaria entre violencia y conflicto político que subyace en dicho planteamiento. De la evidente dimensión política del problema de ETA y de la pacificación en ningún caso se deduce una relación determinista entre violencia y conflicto político, ni en términos de causa-efecto, ni tampoco en términos de garantía.
El mensaje de la garantía es la versión actualizada del discurso enunciado durante décadas por ese mundo –precisamente hasta el anuncio del “cese definitivo de la acción armada de ETA”– para justificar la violencia. La versión pre-anuncio venía a decir: “la lucha armada de ETA es consecuencia (lógica e inevitable) del conflicto político, de manera que la única vía para que desaparezca es cambiar el marco jurídico-político y superar así el conflicto”. Tan perverso discurso, rechazado durante años por la mayoría de la sociedad vasca y sus legítimos representantes, ha quedado desmentido hace cuatro meses incluso por la propia ETA al anunciar unilateralmente el cese definitivo de su acción, a pesar de la persistencia del conflicto político. Pero la izquierda abertzale, fiel a su tradición, se obstina en vincular violencia y conflicto político, solo que ahora en el plano de “la” garantía.
Todo ello guarda relación con algo que sobrevuela la declaración del Kursaal en su integridad: el síndrome de la multilateralidad y el vértigo a la unilateralidad. A la izquierda abertzale le resulta difícil asumir con todas las consecuencias la unilateralidad de los pasos que ha dado, y deberá seguir dando, en el camino de la paz justa y duradera. Donde se siente cómoda es en la confusión de “todas” las víctimas y violencias, y la “solución global”. Sigue anclada en la idea de que las víctimas lo son del “conflicto político”, o en su caso de las “diferentes violencias”, y en que aquí ha habido dos bandos enfrentados en situación de cuasi-guerra. Pretende ignorar lo evidente: ETA se ha visto obligada a desistir porque la inmensa mayoría de la sociedad vasca le ha dicho “no en nuestro nombre”. Sigue insistiendo en que no hay vencedores ni vencidos, como si no fuera evidente la derrota del terrorismo y de la “estrategia combinada”, frente al triunfo de los valores democráticos. Y sigue reclamando como uno de los ingredientes fundamentales del “proceso” un acuerdo para un nuevo marco jurídico. En fin, tengo la impresión de que la tensión unilateralidad-multilateralidad empieza a ser creciente en su seno, de lo cual solo cabe presagiar parálisis y bloqueo.
Claro que el “contencioso vasco” sigue ahí, y requiere un nuevo acuerdo sobre la base del respeto a la pluralidad y al juego de mayorías y minorías. Pero eso cuenta con su cauce político, y no forma parte de este revoltijo, como bien sabe esta sociedad que practica desde hace décadas el diálogo y el acuerdo democráticos. Claro que, además de las víctimas del terrorismo de ETA, hay otras de la violencia “indebida del Estado” y del mal llamado contraterrorismo, que requieren reconocimiento y reparación hagan lo que hagan ETA y la izquierda abertzale, y se están dando pasos en ese sentido. Claro que es posible y necesario humanizar la política penitenciaria. Pero nada de ello exime a la izquierda abertzale de la necesidad de recorrer desde la unilateralidad el camino de la paz, asumiendo sus responsabilidades y sin diluirlas en emplazamientos a terceros.
La garantía definitiva solo puede ser de orden ético, porque se trata de renunciar a la violencia política y a la estrategia combinada no sólo por razones de necesidad táctica y estratégica, sino por convicción ética y democrática. Porque sabemos lo que ha sucedido aquí, sabemos que la garantía de que no se repita descansa en la unilateralidad. Unilateralidad en el reconocimiento de las víctimas y del dolor causado, en el impulso a su reparación, lejos de minimizar la responsabilidad propia mediante la confusión de la simetría. Unilateralidad en la asunción de determinados valores para reconstruir la convivencia –tales como el respeto incondicional a los derechos humanos, a la pluralidad, a la libertad y a la aceptación del “otro” como legítimamente diferente–. Unilateralidad en asumir que el respeto a la vida y la dignidad humanas está por encima de las ideas políticas. Unilateralidad en asumir siempre la democracia y la exclusividad de las vías políticas. La unilateralidad de base ética así entendida y asumida por la izquierda abertzale sería, en mi opinión, la verdadera “garantía de no repetición”. El reconocimiento del error solo puede ser unilateral.
El Correo eta Diario Vasco egunkarietan 2012-02-29an argitaratua.