“Injusto –radicalmente injusto– y evitable” son adjetivos que inexcusablemente deben acompañar a los términos “daño y sufrimiento” cuando se trata de conceptualizar el padecido por las víctimas de las acciones armadas de ETA. Tales adjetivos, al ser propios de una lectura ética del terrorismo, deben situarse en un plano superior y diferente al de los adjetivos estrictamente políticos, tales como “útil, inútil, eficaz o perjudicial” para un ideario político. Las valoraciones de orden exclusivamente político deben supeditarse a las de orden ético. Algo tan obvio debería ser aceptado por todos cuantos respetan la libertad y sitúan la dignidad humana y el derecho a la vida por encima de cualquier proyecto político, de manera que su aceptación por parte de quienes en el pasado han hecho lo contrario es, en mi opinión, requisito imprescindible, entre otros, para hablar con solvencia de un nuevo tiempo.
Me estoy refiriendo, claro está, a las recientes declaraciones de Arnaldo Otegi.
La izquierda abertzale tradicional siempre ha demostrado una pericia envidiable en el marketing electoral: lo ha hecho una vez más, en este caso mediante la aparición en escena de su deseado pero imposible candidato a lehendakari, Arnaldo Otegi, a través de un libro-entrevista cuya edición se anuncia –casualidad– justo en los prolegómenos de la campaña electoral. Lo más comentado de tales declaraciones ha sido el fragmento en el que pide a las familias de las víctimas de ETA sus “más sinceras disculpas”. Parece ser que la palabra “perdón”, absurdamente relegada por algunos al ámbito estrictamente religioso, aún les sigue resultando impronunciable, pero me temo que “disculpa” no llega a ser un sinónimo adecuado. Una mera disculpa remite a errores involuntarios, mientras que pedir perdón supone hacerse cargo de actos cuya responsabilidad es plenamente asumida.
En mi opinión, Otegi, según lo hasta ahora publicado, no se separa un ápice de la equidistante declaración de reconocimiento del dolor y sufrimiento de las víctimas que la izquierda abertzale realizó en febrero en el Kursaal donostiarra, salvo en la petición de “disculpas”. De hecho, en aquella ocasión, la izquierda abertzale manifestó su ”pesar por las consecuencias dolorosas derivadas de la acción armada de ETA y por nuestra posición política con respecto a las mismas, en la medida en que haya podido suponer –aunque no de manera intencionada– un dolor añadido o un sentimiento de humillación para las víctimas”, y ahora Otegi manifiesta que “si en mi condición de portavoz he añadido un ápice de dolor, sufrimiento o humillación a las familias de las víctimas de las acciones armadas de ETA, quiero pedirles mi más sinceras disculpas”.
Sé que será difícil despedirse individual y colectivamente de décadas de práctica o de justificación de la violencia con fines políticos, de décadas de desarrollo de la estrategia “combinada”, más aún cuando, como es el caso, no hay trofeo político que exhibir porque no se han conseguido los fines políticos declarados como justificación de dicha estrategia. Será difícil y requerirá tiempo, seguro que sí. Pero les corresponde hacerlo, unilateralmente. La lectura autocrítica en clave ética de la estrategia combinada es su asignatura pendiente, no solo con las víctimas directas e indirectas de la violencia, sino con el conjunto de la sociedad. En ese camino, a los demás nos toca contribuir todo lo posible a los avances, y saber valorarlos, y las palabras de Otegi son, en mi opinión, un avance, pero un avance con carencias que hemos de señalar. Estamos obligados a ser exigentes y tenaces en la reivindicación de los principios éticos y a la hora de reivindicar que los defensores de la estrategia combinada asuman sus responsabilidades.
No se trata simplemente de reconocer el sufrimiento y daño causado por las acciones armadas de ETA: eso es una obviedad. Se trata de reconocer expresamente el carácter injusto del daño y sufrimiento causados, y de asumir un compromiso de reparación, tal y como han señalado entre otros Setién y Uriarte. La violencia de ETA ha sido, además de injusta, perfectamente evitable, porque no ha sido consecuencia necesaria del denominado conflicto político vasco –que persiste tras el cese de la actividad de ETA–, sino fruto de la decisión errónea y el empecinamiento de quienes, optando por ella, han pisoteado la libertad y la dignidad humanas. La gravedad del sufrimiento causado reside precisamente en su naturaleza injusta y en la voluntariedad de los causantes. En la medida en que la izquierda abertzale tradicional no ha sido un espectador pasivo del sufrimiento injusto, el condicional empleado por Otegi (“si en mi condición de portavoz he añadido un ápice de dolor”) constituye una manera tan errónea como insuficiente de abordar la cuestión.
Decía Urkullu, en una conferencia pronunciada hace pocos días en Bilbao, que “avanzar hacia la paz debe hacerse desde la memoria, la verdad, la justicia y la generosidad”. En efecto, para que en la posviolencia construyamos una paz justa y duradera, me parece imprescindible una lectura ética de la violencia, compartida por quienes han aplaudido o tolerado la estrategia combinada. En ese sentido, ojalá profundicen en otras palabras de Otegi que no han sido, sin embargo, tan comentadas: “si hoy alguien me pidiera consejo sobre qué vías de lucha utilizar en cualesquiera circunstancias, le diría con claridad que las vías de lucha pacífica y desobediente, tanto por cuestiones éticas como políticas”.
Conviene insistir en que la garantía de futuro solo puede ser de orden ético, por lo que no debe haber lugar para edulcorantes que supongan una rebaja ética en la clara deslegitimación política de la violencia: aceptarlos supondría pan para hoy y hambre para mañana en el camino de la construcción de la convivencia.
Un futuro construido sobre bases éticas y democráticas es el único que vale la pena.
El Correo – El Diario Vasco: 2012-09-24