“El bilingüismo nos ha convertido en una sociedad más flexible” afirma Dyane Adams, comisaria para las lenguas oficiales de Canadá, y la misma experta, en otro pasaje, pone el contrapunto al aserto anterior: “El monolingüismo es una visión monocolor del mundo”.
Si he traído ambas frases como preámbulo a las reflexiones que me suscita la celebración del Día Internacional del Euskera, ello se debe fundamentalmente a dos motivos: por una parte, se trata de ideas que provienen de un contexto cultural y de una realidad lingüística claramente diferentes; y, por otra, ambas sintetizan de forma inmejorable el espíritu de la política lingüística que vienen practicando desde hace ya tiempo los poderes públicos de la Comunidad Autónoma Vasca. Dicho de otro modo: esas dos afirmaciones contienen el núcleo de un política lingüística progresista y eficaz que desea ser llave del futuro, y no ancla fondeada en las costas del pasado.
Pero una sociedad multicolor y flexible plantea una premisa ineludible: una acrisolada capacidad de convivencia y la firme voluntad de ponerla en práctica por parte de todos y cada uno de los ciudadanos e instituciones. He ahí una de las características esenciales de la modernidad.
Vivimos en la era de la diversidad y del conocimiento, y esos dos conceptos, sinónimos y piedras angulares de la libertad, traen de la mano el respeto mutuo y la comunicación, y de la mano del respeto mutuo y la comunicación viene la convivencia. El euskera deberá progresar sin perder de vista un instante esa concatenación de valores. O, para ser más preciso, y puesto que no es el euskera quien hace política, sino las personas, sean o no vascohablantes (o, si se prefiere, sean bilingües o monolingües): independientemente del grado de afección por el euskera que sienta cada cual, todos los ciudadanos deberemos avanzar firmemente asidos a la cordada del respeto, la comunicación y la convivencia para ganar sin contratiempos la cima de la plena normalización del euskera en el seno de nuestra sociedad. O, lo que es lo mismo, un bilingüismo equilibrado y eficaz.
La sociedad vasca comienza, tras una larga noche, a disfrutar la firme esperanza de un futuro multicolor. Aprendemos, poco a poco, que el acuerdo es imprescindible y la solidaridad, ineludible. En consecuencia, habremos de diseñar las políticas de futuro, incluida la relativa a la normalización lingüística, a base precisamente de acuerdo y solidaridad.
Pero debo reconocer, con idéntica energía y claridad, que por sólida que sea la determinación de acordar, no podemos consentir que el juego de mayorías y minorías, verdadera esencia de la democracia, se ahogue en un torbellino de consensos perpetuamente pospuestos. Y es que no es aceptable la hipoteca que pretenden imponer los defensores de uno u otro monolingüismo, sean cuales fueren las proclamas de identidad o universalidad espurias que se oculten tras sus discursos.
Bien distinto es, verdaderamente, el mensaje que Ukan, ese saludable virus, está propagando estos días por nuestras calles: la convivencia, como la paz, son al mismo tiempo y de la misma manera fin y medio para una sociedad que desea avanzar por la senda del bilingüismo hacia una modernidad equitativa.
Abundan entre nosotros quienes han comprendido y puesto en práctica esa idea: muchos han aprendido euskera, y muchos otros han puesto los medios para que sus hijos e hijas lo aprendan, gracias a lo cual estamos ganando el desafío del conocimiento del euskera. Llegamos ahora a otra vuelta del camino: debemos usar el euskera que sabemos en todos los ámbitos de la vida. Se trata, en definitiva, de cumplir en la práctica el precepto básico de la convivencia entre lenguas y hablantes.
En efecto, eso es precisamente lo que queremos decir cuando afirmamos que “el euskera nos pertenece a todos”: la tarea de facilitar la operatividad de la opción lingüística que los ciudadanos bilingües puedan realizar es un deber de los ciudadanos e instituciones, y no algo que pueda confiarse únicamente a la conciencia y empeño de los ciudadanos bilingües. El derecho de los ciudadanos bilingües jamás es fuente de conflicto; si se suscitara algún conflicto, éste provendrá siempre de actitudes que nada tienen que ver con las normas de la convivencia, y nos corresponde a todos los ciudadanos vascos, sea cual fuere la opción lingüística de cada cual, la tarea de desterrar de entre nosotros tales actitudes.
En definitiva, si la capacidad de convivir nos hace mejores, la pluralidad lingüística nos hace mejores ciudadanos. Porque, como decía el gran Ghoete, “quien no conoce otras lenguas no conoce la propia”.