Resuelto a dejar constancia pública de mi solidaridad con los encausados en el sumario de Euskaldunon Egunkaria, escribí un artículo que, enviado simultáneamente a todos los medios, fue publicado en algunos medios el 24 de febrero y en otros el 27 de ese mismo mes. Mi intención era patente desde el título: “Con vosotros, desde la discrepancia”.
Dicho artículo ha suscitado numerosos comentarios y respuestas, pero son dos de las respuestas las que me mueven a aclarar algunos extremos: la publicada por EKT, grupo editor de Berria (el 27 de febrero) y la de J.M. Torrealdai, en nombre de los encausados (el 2 de marzo en euskera, y el 3 en castellano). En ambas respuestas he percibido con claridad que los redactores han interpretado mis palabras de manera sorprendente (transcribo las fechas de los artículos publicados para quien desee saber de dónde proviene mi sorpresa).
Antes de proseguir, conviene dejar meridianamente claro que me ratifico –con la esperanza de que el futuro me haga cambiar de opinión- en lo que manifesté en mi anterior artículo, y mi propósito hoy no es sino aclarar o recordar lo que, a mi juicio, ha sido malinterpretado o bien obviado. En cualquier caso, el presente artículo será, por mi parte, el último relativo a esta polémica.
Entrando en materia, quiero formular el eje fundamental de mi pensamiento en esta materia: mi artículo denunciaba la injusticia que supone el sumario “Egunkaria”, y denunciaba, asimismo, el falaz empeño de implicar a los encausados con ETA (recordémoslo una vez más: se trata de un empeño sustentado por una línea argumental alimentada por el veneno de una organización ultraespañola de extrema derecha, que ni el propio fiscal ha hecho suya).
Por desgracia, quienes me han respondido no han leído así mis palabras. O quizá sí, pero han resuelto actuar como si yo no las hubiera escrito. Ellos sabrán por qué.
Por una parte, se afirma que no he escogido el momento adecuado para expresar mis reflexiones. ¿Acaso algún momento es adecuado para hablar de estas cuestiones? ¿Acaso no se azuzará siempre el fantasma de la inoportunidad contra quien se atreva a sostener estas ideas? Yo, sin embargo, estoy convencido de que la energía para afrontar la agresión que supone el cierre de Euskaldunon Egunkaria y procesar a doce personas proviene de la madurez cívica y de los valores democráticos, y no de la comodidad del mimetismo. Y sigo convencido de ello: escribí movido por la solidaridad, y movido por la solidaridad escribo, porque es el leal reconocimiento de la diferencia lo que nos hace merecedores de un futuro mejor para el euskera y para la ciudadanía vasca.
Por otra parte, los autores de las respuestas han interpretado mis palabras como un intento de condicionar la línea informativa o la independencia de Euskaldunon Egunkaria. Tal vez sin leer, o leyendo mal, lo que entonces escribí y hoy ratifico: considero conveniente, además de legítimo, que esa línea informativa forme parte integrante de la cotidianidad de los vascohablantes y, en general, de los ciudadanos vascos, y he trabajado y trabajaré por ello junto a quienes defienden siempre el derecho a la información –sea cual sea su punto de vista–. No obstante, y de la misma forma que, cuando critico ciertas actuaciones o sentencias de determinados jueces (ahí están, sin ir más lejos, las actuaciones que han afectado a Euskaldunon Egunkaria), no pretendo condicionar la independencia de tales jueces, cuando aludo a la preocupación que me suscita la línea informativa de un medio de comunicación no estoy tratando de condicionar la línea informativa de tal medio de comunicación; me limito, en ambos casos, a ejercer el derecho a la crítica, absolutamente legítimo en una sociedad abierta, y lo hago porque creo firmemente que quienes desempeñamos labores públicas o sociales –seamos políticos o periodistas, representantes o jueces– estamos, por el mero hecho de desempeñarlas, sujetos a la crítica, y que de ello proviene nuestra legitimidad.
Al hilo de lo anterior, se afirma que, dada la responsabilidad de gobierno que desempeño, es inapropiado que me pronuncie acerca de la actitud de un medio de comunicación. Era, al parecer, apropiado que denunciara las infamias vertidas contra el euskera por The Wall Street Journal; no lo es, en cambio, que me refiera al único periódico existente en euskera, el cual proclama su propósito de servir de nexo de unión entre todos los vascohablantes, sobre todo si al hacerlo aludo a su, para mí, evidente escora política. Sin embargo, tanto en un caso como en otro, no he hecho sino defender, con absoluta lealtad, la dignidad del euskera y de toda la ciudadanía vasca. ¿Acaso no es ésa la primera obligación de un responsable político?
Pero los autores de las respuestas han retorcido sobremanera otro cabo de mi artículo: han pretendido convertirme en inductor o colaborador de cuantas tropelías añada en lo sucesivo la Audiencia Nacional a la larga lista de las ya cometidas. De ningún modo puedo aceptar semejante acusación. He denunciado con la mayor rotundidad tales tropelías. Repetiré, no obstante, de otra manera lo ya dicho: desde el propio nacimiento de Euskaldunon Egunkaria he venido siendo, en el modo y manera que en cada circunstancia me ha correspondido, un decidido aliado en la búsqueda de unas condiciones económicas que garantizaran la supervivencia de aquel periódico en euskera –y del actual–. Baste recordar, como muestra de ello, el impulso económico imprimido a Euskaldunon Egunkaria en las Juntas Generales de Gipuzkoa en 1992 y las órdenes relativas a las subvenciones destinadas al único periódico en euskera que he firmado a los largo de estos tres años, y que este año tengo el firme propósito de firmar una vez más. ¿Piensa alguien que actuaría de la misma manera si creyera que Euskaldunon Egunkaria o el actual periódico en euskera pudieran ser subordinados o colaboradores o compañeros de viaje de ETA? Muy al contrario, he manifestado siempre, y hoy ratifico aquí, que estoy plenamente convencido de que no son ETA. Y quiero expresar con toda rotundidad las dimensiones de mi convencimiento: si yo hubiera promovido y firmado subvenciones para dichos medios de comunicación pensando que son ETA, y si algún juez creyera que he actuado de esa manera, debería procesarme también a mí. Quede, por tanto, constancia de ello.
Antes de concluir, y puesto que se me echa en cara haber causado sufrimiento, he de reconocer que tal acusación me ha producido una honda conmoción. No pretendía –ni pretendo– herir a nadie; menos aún a nadie injustamente condenado al sufrimiento. Precisamente por eso proclamé mi solidaridad. Mi solidaridad era incondicional. ¿Acaso debo aceptar que otros traten de poner condiciones a mi solidaridad? ¿Para quién puede resultar hiriente un ofrecimiento de solidaridad que alza el vuelo por encima de todo cuanto nos diferencia?
Escribí mi anterior artículo desde la solidaridad, y desde la solidaridad deseo concluir éste. Pero que nadie me pida peaje por mi solidaridad. Menos aún si el peaje consiste en un cómodo silencio. Porque precisamente eso es, si es que no más, lo que pierdo al pronunciarme sobre estas cuestiones: la comodidad del silencio. Y si arriesgo esa comodidad es porque estoy convencido de que nada debe ser valorado, tampoco en el mundo del euskera, a tenor de parámetros del estilo blanco/negro o conmigo/contra mí; muy al contrario, las circunstancias más difíciles constituyen la ocasión idónea para poner de relieve nuestra diversidad –y la fuerza que dimana de la pluralidad–. Sea como fuere, no colabora con el agresor quien se pronuncia desde la lealtad y discerniendo claramente el origen de la injusticia; por el contrario, lo verdaderamente dañino para el euskera y beneficioso para el agresor sería servirse de la acometida de éste para tratar de imponer el pensamiento único.