El Día Internacional del Euskera nos es útil, entre otras cosas, para proclamar el valor universal del euskera. Es decir, para afirmar que el euskera, en tanto que lengua viva y apta para todos los usos y ámbitos, ocupa un lugar de pleno derecho entre los idiomas del mundo, con el mismo rango y capacidades de todos los demás. Y esa proclama es ciertamente acertada, pues la armonía universal entre los idiomas constituye una de las más bellas metáforas de la hermandad que debería unirnos a todos los seres humanos.
En efecto, el Día Internacional del Euskera nos congrega a todos sin mayores dificultades, puesto que todos, hablemos o no euskera, nos sentimos custodios y responsables del patrimonio vasco. Parecemos, por tanto, dispuestos a reconocer el valor del euskera ante el mundo; más aún, somos incluso capaces, sin especial esfuerzo, de conjugar su valor simbólico con el práctico. Felicitémonos por ello. Pero ¿no nos estaremos conformando demasiado fácilmente?
“¿A qué viene semejante pregunta, en este ambiente de serena celebración?”, me preguntará, tal vez, quien tienda a confundir serenidad y aceptación acrítica. Le responderé, por si tal cuestión se pudiera plantear también desde el candor: detectamos algunas paradojas entre las proclamas a favor del euskera, realizadas normalmente con amplio consenso, y ciertas realidades que la vida cotidiana nos pone de manifiesto.
Es una paradoja, por ejemplo, que la parte de la sociedad vasca que únicamente es capaz de funcionar en castellano o francés desconozca prácticamente por completo la producción cultural en euskera. Es una paradoja, y ciertamente dolorosa para los vascohablantes, que se considere como único bilingüismo eficaz aquel que se sustancia mediante alguna de las lenguas francas operativas en los circuitos internacionales. Es una paradoja, rotunda, la actitud de aquellos vascohablantes que constriñen el euskera a la función de lengua únicamente destinada a la comunicación con los hijos o a la esfera escolar. Es una paradoja, verdaderamente grave, el criterio antidemocrático que reduce el papel de las instituciones en el esfuerzo por la normalización del euskera al de meros proveedores de fondos, de la misma manera que constituye, a su vez, una paradoja la actitud simétricamente antidemocrática.
Abundan, por tanto, las paradojas en torno a la normalización del euskera, paradojas que provienen de muy diversos sus orígenes y apuntan en muy diversas direcciones. Tal diversidad de orígenes y direcciones nos impide establecer un remedio basado en un único diagnóstico.
En cualquier caso, es mucho lo que, de común acuerdo entre ciudadanos e instituciones, hemos logrado desde la aprobación, hace ahora veinticinco años, de la Ley del Euskera. La sociedad vasca se ha regalado a sí misma logros que los vascófilos apenas nos atrevíamos a soñar antes de la aprobación de dicha norma: los sólidos avances operados en la educación, el terreno que el euskera ha ganado en el ámbito de los medios de comunicación, la homologación de la producción cultural en euskera, la red día a día más tupida que se está tejiendo merced al esfuerzo de internacionalización del euskera…
Pero, al margen de esos y otros logros —y, por supuesto, al margen de las sombras del proceso, pues no seré yo quien niegue que las ha habido—, considero que el legado de quienes elaboraron, debatieron y acordaron la Ley del Euskera pertenece a la categoría de los principios fundamentales: a partir de posiciones diferentes, supieron identificar las necesidades del euskera. Desde la perspectiva de posiciones político-ideológicas verdaderamente distantes entre sí, fueron capaces de definir los derechos lingüísticos de todos los ciudadanos vascos y, al mismo tiempo, encomendar a las instituciones la responsabilidad suprema de su salvaguarda. De aquel día en adelante, nadie puede, lícitamente, convertir en patrimonio exclusivo la preocupación por el fomento del euskera ni la labor que a tal fin se lleva a cabo, así como tampoco le será lícito a nadie hacer de tal labor y preocupación bandera de ideología alguna. De la misma manera, la sociedad vasca apartó de sí la indolencia respecto al euskera, ese mal que los vascohablantes hemos padecido, bajo mil aspectos distintos, durante tanto tiempo.
Pero la Ley del Euskera puso punto final a algo más aún: la sociedad vasca cerró para siempre el paso a la imposición de cualquier signo en materia lingüística, al tiempo que establecía claramente el acuerdo como modelo de trabajo.
Quienes hoy trabajamos en el ámbito de la normalización lingüística, tanto desde las instituciones como desde las estructuras sociales profesionales o de voluntariado, somos, en consecuencia, hijos de aquel acuerdo. Y debemos desempeñar nuestra labor con arreglo a ello, tanto más cuanto mayor sea nuestra conciencia respecto a la verdadera dimensión del desafío que tenemos ante nosotros: si no queremos que los avances registrados en lo relativo al conocimiento del euskera se diluyan en la nada, los próximos avances han de operarse, y con toda urgencia, en el terreno del uso del euskera, y dichos avances deben ser tan eficaces como los realizados en el área del conocimiento. De lo contrario, abriríamos paso a una paradoja mucho más grave que todas las anteriores: formaríamos una sociedad nominalmente vascohablante que, en la práctica, habría renunciado al euskera.
Pero ese consenso, que requiere ser continuamente renovado, ha de contener dos principios básicos: debe ser democrático y eficaz. Democrático, en tanto que respete el juego de mayorías y minorías que refleja la voluntad de la sociedad, desechando para siempre cualquier imposición y marginación. Eficaz, en tanto que apueste por la sensibilidad lingüística, camino recto que nos conducirá al incremento del uso del euskera.
Contamos, en definitiva, con el instrumento legal adecuado, y son aún muy abundantes los beneficios que debemos extraer de sus potencialidades quienes apostamos resueltamente por las vías democráticas también en lo tocante a la normalización del euskera. Diría aún más: todos los ciudadanos como las instituciones que trabajamos en pro de la extensión del uso del euskera estamos obligados a desarrollar e implementar en su totalidad el marco jurídico que nuestra sociedad se dio a través del Parlamento Vasco, puesto que, además de constituir un instrumento que ha demostrado, demuestra y demostrará con toda claridad su plena eficacia, es el punto de referencia que nos marca en qué dirección, cómo y a qué ritmo desea dirigirse la gran mayoría de la sociedad vasca en el proceso de normalización del uso del euskera.
Todos somos imprescindibles en tal empeño: tanto los que hablamos euskera como los que no lo hablan, tanto los individuos como los colectivos, tanto estructuras sociales organizadas como las instituciones. Y todos los esfuerzos que se sustenten sobre la base del respeto democrático merecen ser integrados en esta tarea. En definitiva, cuando convocamos al trabajo en pro de la normalización del uso del euskera, estamos convocando a trabajar por una convivencia sana.
El virus Ukan, ese saludable virus que propaga la convivencia, nos lo ha dejado muy claro recientemente: pixka bat es mucho.